jueves, 10 de mayo de 2007

El padre de mi amiga Carlota.

Seguro, que si intentase convenceros hoy día de que mi padre es astronauta, fantasma, mago o caballero de la mesa redonda; os creeríais que me falla la irrigación del cerebro.

Pero seguro que nunca me habríais podido dar suficientes razones de lo contrario si volviésemos a los cuatro años. Edad a la que conocí a mi amiga Carlota.

Os preguntaréis que a qué viene esto, pues bien, es que llevo tiempo a lo largo del día dándole vueltas a lo mismo. Empecé a acordarme esta mañana en la ducha, y es que con el sonido del agua cayendo, me acordé de repente del yate del padre de mi amiga Carlota.
Por supuesto, Carlota no ha visto un yate en su vida, pero hubo un tiempo en el que yo estaba convencida de que sí.

Todo empezó una mañana en el cole, en prescolar, cuando nos trajeron la revista "Caracola". Carlota y yo ojeamos la revista y llegamos a una página donde vimos el dibujo de un yate maravilloso, ¡que nada más y nada menos tenía una piscina!, entre otras grandes maravillas, por supuesto.

Entonces, al ver la ilusión de mi cara, mi amiga Carlota me contó que su papá tenía uno de esos.

Pero claro, a buena se lo había ido a decir, a la niña de la lógica. Así fue como al instante, deduje a mi tierna infancia, que si una persona que tenía una carnicería era carnicero, pues un hombre que tuviese un barco era... ¡claro está!. ¡¡El padre de mi amiga Carlota era pirata!!.

Así fue como volví loca a mi madre diciéndole que tenía una amiga con un padre fantástico. Un padre que trabajaba en ¡la mejor profesión del mundo!.

Hasta que descubrí que el padre de mi amiga no llevaba un parche en el ojo y que además era dentista.
Pero pasada la desilusión, todo acabó en el olvido.

Hasta que unos 10 años después, mi amiga Carlota me invitó a la playa y me llevó a ver el Club Náutico; recordándome que ella tenía un barco.
Ohhhh, ¡qué emoción!, mis neuronas volvían trasmitir chispitas por la zona del cerebro en la que guardaba el hasta entonces olvidado yate del padre pitrata de mi amiga.

Claro que, aquello al final no era ni un barco. Era una barquita muy pequeña. Y digamos que estaba un poquito abandonado aquel supuesto yate, y que se había convertido en una mezcla de barquita y patera.

Pero no importa, nunca importó. Porque esta mañana, al oír el sonido del agua en la ducha, he vuelto a ver el yate de Carlota y a su padre pirata, surcando los mares.

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